De la mierdificación al ‘brain rot’, ¿el oscuro viaje de internet hacia su propia autodestrucción?

Internet nació como un sueño compartido: conocimiento al alcance de todos, conexiones globales y, claro, un generoso toque de humor con memes de gatos. Pero como toda utopía, el internet ideal no tardó en volverse una distopía. El término mierdificación (o enshittification, si lo prefieres en inglés), acuñado por Cory Doctorow, pone el dedo en la llaga: las plataformas digitales, en su búsqueda de maximizar beneficios, han sacrificado calidad, utilidad y la experiencia del usuario en tres etapas clave: Te seducen: Al principio, las plataformas nos miman. Servicios gratuitos, sin publicidad invasiva y con algoritmos que parecen leerte la mente para mostrarte exactamente lo que necesitas. Te manipulan: Cuando ya estás enganchado, el contenido empieza a adaptarse más a los anunciantes que a tus intereses. Tu feed se llena de recomendaciones patrocinadas y ofertas dudosas. Te exprimen: En la última fase, tanto usuarios como marcas se convierten en simples recursos a explotar. El contenido se degrada, y lo único que importa es exprimir hasta el último céntimo de todos los implicados. Un ejemplo claro de esta evolución es Google, que pasó de ofrecer los mejores resultados de búsqueda a inundar las primeras posiciones con enlaces patrocinados y sitios web optimizados para generar ingresos, no para resolver tus dudas. El auge de la bazofia digital: la IA generativa y el slop En paralelo, el avance de la inteligencia artificial ha dado lugar al preocupante fenómeno del slop (término que se traduce como "bazofia"), una avalancha de contenido generado automáticamente por herramientas de IA generativa, sin supervisión humana y con un único propósito: maximizar ingresos económicos. Este material, que incluye textos, videos e imágenes, no busca informar ni interactuar con los usuarios, sino aparentar humanidad lo justo para captar clics, generar tráfico web o incrementar seguidores en redes sociales. Su producción masiva y rentable, carente de precisión o utilidad, ha inundado la web, creando un entorno digital cada vez más confuso y engañoso. A pesar de que plataformas como Meta, TikTok y Google han comenzado a etiquetar este tipo de contenido para distinguirlo del creado por humanos, estas medidas resultan insuficientes ante la magnitud del problema. Este fenómeno no solo dificulta el acceso a información fiable, sino que también pone en riesgo la integridad de internet, al erosionar la confianza de los usuarios en los contenidos que consumen. El brain rot: el precio mental del caos digitalComo si la mierdificación y el slop no fueran suficientes, surge el brain rot, término elegido como palabra del año 2024 por Oxford University Press. Este concepto describe el deterioro mental asociado al consumo excesivo de contenido banal en internet, convirtiéndose en un fenómeno cultural especialmente entre los jóvenes. En redes sociales, el brain rot se utiliza para expresar la desconexión intelectual y emocional que sienten tras pasar horas inmersos en el doomscrolling, una práctica obsesiva y compulsiva de consumo de noticias negativas. Este comportamiento, cada vez más frecuente, atrapa a los usuarios en un bucle interminable de búsqueda de contenido impactante, alarmista o exagerado, alimentando la ansiedad y dificultando desconectar de la sobrecarga informativa de las redes y los sitios de noticias. La idea de brain rot no es nueva; ya en 1854, el filósofo estadounidense Henry David Thoreau criticaba la superficialidad cultural de su época, lamentando cómo los estímulos triviales podrían erosionar la profundidad del pensamiento. Hoy, este concepto ha evolucionado para encapsular el impacto de la saturación de contenido vacío en nuestra capacidad de concentración y bienestar emocional. Entre la avalancha de memes, notificaciones constantes y vídeos efímeros, el entorno digital moderno nos empuja a un estado de hiperestimulación que dificulta desconectar y encontrar momentos de calma en medio del ruido informativo. ¿Podemos salvar internet?Aunque el panorama es complicado, no todo está perdido. Como usuarios, podemos empezar a ser más exigentes, buscando calidad en lo que consumimos y apoyando plataformas que se comprometan con contenidos útiles y auténticos. Las grandes tecnológicas también tienen un papel crucial: ya no basta con parches o etiquetas, es hora de priorizar la confianza y el valor por encima del beneficio fácil. Además, necesitamos regulaciones claras que equilibren el juego, protejan a los usuarios y pongan límites al caos digital. Internet no está condenado, pero su futuro depende de un esfuerzo conjunto para devolverle su propósito original: conectar, informar y enriquecer. La mierdificación, el slop y el brain rot son síntomas de un internet en crisis. Pero detrás de este caos hay una verdad incómoda: las plataformas digitales son un reflejo de nuestras propias contradicciones. Queremos un entorno digital más limpio y enriquecedor, pero seguimos premiando con clics y visitas al contenido más superficial. Si algo queda claro, es que el futuro de internet dependerá tanto de las plataformas como de nosotros mismos. ¿Elegiremos un camino de calidad y consciencia, o nos resignaremos a seguir nadando en la bazofia digital? Quizás incluso este artículo, con su título llamativo y provocador, participa del mismo fenómeno que critica. Pero si lograr captar tu atención nos permite reflexionar juntos sobre cómo navegamos en este caos digital, entonces tal vez estemos jugando el juego para cambiar sus reglas.

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